domingo, 19 de febrero de 2012

Los Errores de Keynes de Juan Ramón Rallo

Introducción de ‘Los errores de la vieja Economía’
Publicado el 14 febrero 2012 por Juan Ramón Rallo
En 1959, veintitrés años después de que John Maynard Keynes publicara La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, el mejor divulgador de la ciencia económica en el s. XX, Henry Hazlitt, se quejaba en el prólogo de su nuevo libro de que no conocía “ni una sola obra que haya consistido en criticar La Teoría General capítulo por capítulo, o a un análisis del libro teorema por teorema”. A ello se dedicó con bastante éxito el propio Hazlitt en ese nuevo libro suyo que tituló Los errores de la nueva Economía: un análisis de las falacias keynesianas, publicado al español por Aguilar en 1961, hace ya 50 años.
En efecto, la ausencia de una crítica sistemática al libro de Keynes –probablemente el más influyente en la historia del pensamiento económico junto a La Riqueza de las Naciones de Adam Smith– resulta llamativa. En cierto modo, parecería reflejar una aceptación acrítica de las teorías keynesianas que, desde luego, no se produjo en una parte relevante de la profesión económica, la cual, no obstante, fue marchitándose al no ofrecer ninguna alternativa omnicomprensiva al paradigma keynesiano. Sí hubo críticas breves y dispersas, así como numerosas reformulaciones, pero ninguna se concentró en atacar la totalidad de la obra.
Probablemente, la persona que en aquel momento habría estado mejor posicionada –tanto académica como personalmente– para refutar La Teoría General habría sido el miembro de la Escuela Austriaca y futuro Premio Nobel Friedrich Hayek. El austriaco ya había refutado con solvencia el anterior gran libro de Keynes, El Tratado del Dinero, y conocía perfectamente todas las argucias que el inglés empleaba en su nueva obra; sin embargo, desistió de escribir una refutación sistemática tanto por su sentimiento de haber perdido el tiempo criticando un libro entero que Keynes había dejado oportunistamente de suscribir, cuanto porque el enfoque de La Teoría General le parecía incorrecto de raíz.
No fue, por consiguiente, hasta 1959 cuando Hazlitt, lector y admirador de Hayek, tomó el relevo en tan fundamental empresa. Pero en 1959, una refutación de este calibre llegaba demasiado tarde para una academia que ya había adaptado todos sus modelos económicos de acuerdo con gran parte de La Teoría General. Así, el libro de Hazlitt pasó del todo desapercibido, y la única refutación de Keynes provino de la llamada contrarrevolución monetarista, una escuela de pensamiento con raíces en parte keynesianas que, por consiguiente, no desmantelaban el paradigma, sino que sólo lo pulían de sus fallos más evidentes.
Desde el libro de Hazlitt en 1959, no me consta la publicación de ninguna otra obra –más allá de recopilaciones de artículos de distintos autores– dedicada a analizar y a refutar paso a paso el contenido de La Teoría General. O dicho de otro modo, pese a que desde 1959 la ciencia económica ha avanzado muchísimo, no existe ningún libro que presente una crítica actualizada al pensamiento keynesiano. Y ello pese a que las ideas de Keynes siguen estando tremendamente presentes en nuestras sociedades, especialmente tras el estallido de la Gran Recesión en 2008, la cual llevó a multitud de políticos y economistas a reciclar el recetario del inglés.
Este 2011, se cumplen 75 años de la publicación de La Teoría General, motivo por el cual se impone un replanteamiento amplio de las aportaciones de este libro clave. Mas, después de tres cuartos de siglo, ya no puede afirmarse que uno vaya a refutar ninguna nueva Economía, como sí hizo Hazlitt en su momento; ahora, el pensamiento keynesiano forma parte indisociable de la corriente académica mayoritaria, por lo que mis ataques van dirigidos más bien contra una vieja Economía que, pese a las apariencias, no ofrece ni mucho menos soluciones a los problemas que estamos padeciendo.
Mi formación es la propia de un economista de la Escuela Austriaca, de modo que voy a proceder a criticar a Keynes haciendo uso de las teorías más refinadas dentro de este paradigma. Por ello, cuando me refiera a la “tradición económica anterior a Keynes” o a los “economistas clásicos” lo haré en el mismo sentido en que lo hace el inglés en su obra: estaré apelando a la teoría económica más avanzada y refinada previa a La Teoría General. La diferencia estará en que, como Keynes nunca entendió las aportaciones seminales de la Escuela Austriaca, él consideraba que la teoría económica clásica alcanzó su estadio más elevado en las plumas de Alfred Marshall y Arthur Cecil Pigou. Nosotros, en cambio, incluiremos dentro de estos términos genéricos e inexactos (pero usados recurrentemente por Keynes) a los mejores teoremas desarrollados por la Escuela Austriaca (de Carl Menger, Eugen Böhm Bawerk, Ludwig von Mises o Friedrich Hayek) y por la Escuela Clásica (Adam Smith, David Ricardo, Jean Baptiste Say y John Stuart Mill) antes de 1936.
Mi objetivo es simple y llanamente hacer una exposición lo más justa y fidedigna posible de La Teoría General para proceder, acto seguido, a su refutación. Salvo excepciones muy puntuales, ni pretendo analizar y criticar las obras anteriores de Keynes ni tampoco los desarrollos teóricos ulteriores que se han edificado sobre la obra del inglés. De ahí que también haya optado por omitir prácticamente todas las citas y referencias bibliográficas para no desviar la atención del lector desde lo esencial –los argumentos de Keynes y de la Escuela Austriaca– a lo accesorio –las fuentes concretas de cada una de las ideas planteadas–. En las próximas páginas, pues, encontrará una exposición cruda del paradigma keynesiano según aparece en La Teoría General y de la alternativa planteada al mismo por la Escuela Austriaca. Con todo, el lector interesado sí podrá hallar al final de la obra una relación bibliográfica con la que profundizar en muchas de las teorías aquí presentadas. Así las cosas, salvo alguna excepción claramente señalizada, cuando en este libro haga llamadas a números de página cabrá entender que se refieren al paginado de la primera edición de La Teoría General, donde podrá encontrarse la fuente original de las ideas del inglés que en ese momento se estén analizando.
Aprovecho la ocasión para agradecer al profesor Jesús Huerta de Soto, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos, su prólogo y a David Sanz Bas, doctor en Economía y autor de una excelente tesis doctoral donde analiza el debate del período de Entreguerras entre Hayek y Keynes, su epílogo.
Espero que, al concluir este libro, el lector sea capaz no sólo de conocer por qué Keynes se equivocaba, sino también por qué él pensaba estar en lo cierto; de hecho, considero que una parte de mi libro –la meramente expositiva del pensamiento de Keynes– podría emplearse como guía para la comprensión de La Teoría General. Nada me gustaría menos que transmitir la impresión de que he tergiversado las ideas de Keynes y de que, por tanto, todo el esfuerzo crítico que he invertido en refutarlas se ha dirigido en realidad contra un muñeco de paja.

¿Cuál es el verdadero salario mínimo de España? Juan Ramón Rallo

¿Cuál es el verdadero salario mínimo de España?
Juan Ramón Rallo
El salario mínimo interprofesional de España en 2012 es oficialmente de 641,4 euros al mes. Muchos son los liberales que insisten en que tan exigua cuantía bloquea la creación de empleo y muchos son los intervencionistas que consideran que su importe es ridículo y que debe aumentar de manera muy sustancial. Al cabo, ¿cómo puede siquiera insinuarse que un salario de 641,4 euros al mes es un sueldo demasiado elevado que bloquea la creación de nuevo empleo? ¿Quién puede vivir con menos de 641,4 euros al mes? ¿Y cómo pueden protestar los ricachones empresarios de que no pueden pagar apenas 641,4 euros mensuales?

Lo primero, como siempre, es no dejarse llevar por las impresiones iniciales. Es verdad que el salario mínimo bruto que mes a mes percibe el trabajador es de 641,4 euros, pero coincidiremos en que lo relevante para que el empresario decida contratar o no a un trabajador no es el salario que éste finalmente percibe, sino el que en debe abonar la compañía, le llegue en última instancia a él o no. Por ejemplo, si mañana el Gobierno instaura un impuesto del 50% sobre el salario mínimo, el obrero pasará a cobrar sólo 320 euros mensuales, pero al empresario no se le habrá abaratado lo más mínimo el coste de contratarlo.

¿Y cuál es el salario (o coste) mínimo que debe sufragar un empresario para poder contratar a un trabajador? No, desde luego, 641,4 euros al mes. Para empezar, el salario mínimo está compuesto por 14 pagas, no por 12, de modo que prorrateando las dos pagas extraordinarias llegamos a 748,3 euros al mes (8.980 euros anuales). A este importe, sin embargo, hay que añadir la cotización a la Seguridad Social que soporta el empresario y que, como mínimo, será del 29,9% (contingencias comunes, desempleo, formación profesional y FOGASA), esto es, de 2685 euros anuales, lo que totaliza 11.665 euros al año (972 euros mensuales).

Ahora bien, recordemos que esta remuneración es a cambio no de 12 meses de trabajo, sino de 11 (hay incluido un mes de vacaciones durante el cual el empleado cobra pero no trabaja). Si anualizamos este coste, llegaremos a la cifra de 12.725 euros por año de trabajo realmente realizado (o 1.060 euros mensuales). Pero aquí no acaba todo.

Por cada año que transcurre, el trabajador devenga un derecho de cobro en caso de despido, coste que, tras la última reforma laboral, asciende a 20 días por año trabajado (o a 33, si el despido es calificado de improcedente). Dada la crisis actual, podemos cuantificar el coste esperado del despido (asumiendo una probabilidad de despido del 40%) para un trabajador que perciba el salario mínimo en una horquilla de entre 200 y 300 euros anuales. Digamos, para manejar números redondos, que el coste salarial mínimo por ejercicio en España sería de 13.000 euros. ¿Termina aquí la cosa?

No. Existe un último coste que no suele tenerse en cuenta pero que, obviamente, debemos computar. Se trata del llamado "coste del capital", esto es, la rentabilidad mínima que espera obtener el empresario al contratar al trabajador. Algunos podrán considerar que es un coste redundante y que, en cualquier caso, no habría que imputárselo al trabajador. Pero se equivocan: una forma, comprensible, de verlo es imaginar que el empresario en cuestión no dispone de capital propio para contratar al empleado y que, por tanto, debe solicitar un crédito a alguna entidad bancaria; crédito por el cual deberá abonar intereses (esto es, un coste financiero que sí sería imputable al deseo de aumentar su plantilla). Pero es que, aun cuando el empresario sí dispusiera de un capital propio, ¿por qué debería destinarlo a contratar al trabajador si, por ejemplo, puede invertir sus ahorros en adquirir deuda pública española que proporciona una rentabilidad de entre el 4% y el 6% con riesgos (y quebraderos de cabeza) menores a los de contratar un nuevo trabajador? En definitiva, sí hay que tener en cuenta el coste de oportunidad de destinar los ahorros (o de pedirlos prestados) para abonar los salarios mes a mes. Pues bien, dado que el coste del capital, por el mayor riesgo, será superior al interés que ofrece la deuda pública, podemos fijarlo conservadoramente entre el 7% y el 10% (entre 910 y 1.300 euros anuales).

Por seguir con los números redondos, podemos concluir que el coste laboral mínimo en España se sitúa en 14.000 euros anuales o 1.166 euros mensuales, casi el doble de la cifra que se nos suele ofrecer en engañosos titulares periodísticos (y eso que dejamos fuera otros costes más difícilmente cuantificables como el papeleo o el de representación sindical, o que no consideramos el caso de los convenios colectivos de cada sector, que mejoran las condiciones mínimas legales).

Por supuesto, como decíamos, una cosa es el salario mínimo que percibe mes a mes el trabajador en su cuenta corriente (641 euros más dos pagas dobles) y otra el coste salarial que, debido a toda la vorágine regulatoria e intervencionista, debe asumir el empresario. Mi punto no es que el salario mínimo sea muy alto desde la perspectiva del trabajador, que obviamente no lo es en absoluto, sino que, sobre todo en momentos de crisis, puede ser demasiado alto desde la perspectiva del empresario (lo que no significa que la solución deba pasar necesariamente por recortar los salarios que percibe el trabajador, sino que bien puede plantearse la minoración del resto de sus costes asociados).

Pensemos simplemente en que todo empresario, a la hora de decidir si contrata o no a un trabajador adicional, se planteará si ese empleado es capaz de generar unos ingresos adicionales para su compañía de 14.000 euros al año. A aquellos que consideran que el salario mínimo es demasiado bajo y que no obstaculiza la creación de empleo habría que preguntarles si piensan que, en momentos como el actual, todos los empresarios saben como obtener, gracias al trabajo de una persona, ingresos adicionales de 14.000 euros. Yo, al menos, no lo veo tan sencillo.

Una pyme que, por ejemplo, requiera de cuatro personas para iniciar sus operaciones necesitaría contar con un plan de negocios que le proporcionara unos ingresos de, al menos, 56.000 euros anuales para ser rentable (y ello suponiendo que su único coste fuera la mano de obra). De hecho, en el conjunto de la economía, los cinco millones de parados no podrían ser incorporados al sistema productivo a menos que fueran capaces de crear bienes y servicios valorados por el mercado en, como poco, 70.000 millones de euros (lo que equivale a un crecimiento, con respecto a la situación actual, del 6,5%).

Incrementar, como desean algunos, el salario mínimo que percibe el trabajador a 1.000 euros mensuales elevaría el coste laboral mínimo a cerca de 23.000 euros anuales, lo que complicaría todavía más la recolocación de parte o de la totalidad de los cinco millones de parados (que deberían ser capaces de crear bienes y servicios valorados en 115.000 millones de euros). Por no hablar, claro está, de que todos aquellos obreros que contribuyeran a generar unos ingresos inferiores a 23.000 euros anuales tenderían a ser despedidos.

En suma, en muchas ocasiones, aquellos que dicen ser los mayores defensores de los trabajadores suelen ser, consciente o inconscientemente, sus principales enemigos.

Arenas o la Austeridad

Arenas aprovechó el discurso que pronunció en la clausura del 17 Congreso Nacional que el PP ha celebrado en Sevilla para anunciar que pretende “abordar la reforma del sector público” que, según dijo, cuesta a los andaluces “5.000 millones de euros”.

Criticó en este sentido que durante “mucho tiempo” se haya pensado que “el prestigio de una administración se mide por su volumen”, cuando en realidad se debe medir “por su eficacia”. “Cuando lleguemos al Gobierno vamos a suprimir muchos organismo públicos”, aseguró.

El vicesecretario general de política territorial del PP explicó que para él el sector público es “imprescindible” pero debe funcionar bajo dos premisas: no competir con la iniciativa privada y no competir “con los propios funcionarios”.

Arenas anunció además que, de ganar los comicios, no estará más de ocho años al frente del Gobierno ya que él no quiere cometer el error de estar “30 años en el poder sin regeneración democrática”.

También prometió que intentarán recuperar “todo lo que se ha perdido con los ERE” y destinarán el dinero a “un fondo para las familias sin ingresos”. Además, impulsará una modificación legislativa para que “en la hacienda pública no se gaste ni un euro sin el control de los funcionarios de la Junta” y otra para que el parlamento andaluz “pueda investigar sin que haga falta una mayoría absoluta”.

Arenas se comprometió asimismo a abrir “una nueva etapa en la ordenación del territorio” que pondrá “el urbanismo al servicio de las personas” y hará compatible el “respeto de la naturaleza” con “el desarrollo”. Subrayó también la necesidad de “apostar por la innovación
y por la industria” con el objetivo de ser “líderes mundiales en turismo
y agroindustria”.

Arenas aseguró que los andaluces se juegan el próximo 25 de marzo “la continuidad o el cambio, el 31 por ciento de paro o la esperanza del empleo, el seguir con los abusos o con un gobierno ejemplar”.

“Andalucía tiene derecho al futuro”, dijo antes de señalar que no acepta que andaluz “tenga menos posibilidades que otro español o un europeo”.

Por eso reclamó una “regeneración democrática” que lleve a un “cambio mentalidad que sitúe a los andaluces como dueños exclusivos” de su futuro.

Arenas aseguró que, de ganar las elecciones, gobernará desde la “concordia” y “sin rencor, sin revancha y sin resentimiento”.

Los Pilaristas del 54

Adolfo Suárez pensó durante años que estaba marcado con una equis por no tener pedigrí pilarista en su currículum. Cuando el primer presidente de la Democracia sintió la decepción de no ser nombrado ministro por primera vez, achacó su funesto sino a dos razones: “Por no haber estudiado en el exclusivo colegio de El Pilar y por no vivir en la urbanización de Puerta de Hierro: no ser pilarista era para él una fatalidad irremediable, pero lo de no vivir en Puerta de Hierro tenía solución”. Y allí que se mudó en cuanto tuvo ocasión.

La anécdota se recoge en el libro Los que le llamábamos Adolfo, del periodista Luis Herrero, y refleja la importancia que durante años ha tenido y sigue teniendo el colegio de la calle Castelló de Madrid entre las elites del poder económico, político y social. Es difícil no encontrar un Gobierno de los últimos en los que no haya habido, al menos, un pilarista destacado. Desde el propio José María Aznar hasta el hoy líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, han pasado por las aulas del centro. Un vivero de dirigentes de uno y otro signo político y una institución que ha destacado, en las últimas décadas, por ser el lugar de origen común de hasta cuatro ministros de Educación. El último, José Ignacio Wert.

El propio Wert recordaba esta misma semana sus orígenes pilaristas en el encuentro del Foro Nueva Sociedad en el que desgranó sus políticas educativas y anunció cambios, entre otras cosas, en la forma de concesión de las becas. El ministro detalló que en las últimas semanas ha recibido cientos de felicitaciones pero que la que más ilusión le ha hecho ha sido la de un antiguo profesor suyo, “Don Telesforo”, del colegio del Pilar, que le vino a decir que “consideraba justificada su carrera profesional en que un alumno suyo hubiera llegado a ser ministro de Educación”.

Wert es el último ministro pilarista de una saga que incluye también a Rubalcaba, Javier Solana y Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona, titular de la cartera durante apenas un año con Suárez y Calvo Sotelo como presidentes del Gobierno. El caso de Wert, sin embargo, es distinto al de sus predecesores pues estudió en el centro que los pilaristas tienen en la calle Reyes Magos de Madrid y no en el de Castelló 56, el más famoso, y en el que compartieron pupitre Aznar y Juan Villalonga o Rubalcaba y Jaime Lissavetzky.

No es la primera vez, sin embargo, en que llama la atención la especial confluencia de pilaristas en el Ministerio la calle Alcalá. De hecho, en los noventa, periódicos como ABC destacaban la existencia de un clan pilarista en torno a Solana y Rubalcaba, que se rodearon de antiguos compañeros de colegio como Álvaro Marchesi, ex secretario de Estado de Educación y cerebro junto a Rubalcaba de la LOGSE, o Francisco de Asis Blas, director general de Formación Profesional Reglada y Promoción Educativa en aquellos años. En el equipo estuvo también otro ex alumno del Pilar, Emilio Lamo de Espinosa, que fue director general de Universidades y que redactó, en 1983, la Ley de Reforma Universitaria. Los cuatro primeros idearon, sin embargo, buena parte de la educación secundaria y de la FP que hoy quiere desmontar de arriba abajo José Ignacio Wert orientando el modelo hacia otro más flexible, con tres años en ESO y tres en Bachillerato, y en el que se dote de mayor autonomía a los centros pero en los que se les exija, también, mayor rendición de cuentas sobre sus resultados.

Perlas de “Soy Pilarista”

“Cuando acabamos en el colegio, nos hicieron una semblanza a cada uno”, recordaba recientemente Lissavetzky en un reportaje de Informe Semanal en el que hablaba sobre su amigo Rubalcaba. “En la suya ponía en la primera frase, no se me olvidará, ‘delegado a perpetuidad’. Porque Alfredo era el delegado de clase desde cuarto o tercero de Bachillerato. Es una persona que tiene un liderazgo acrisolado”. Lissavetzky, por cierto, también forma parte de ese grupo de pilaristas envueltos, de una u otra manera, en el campo de la educación. Fue consejero del ramo en la Comunidad de Madrid cuando su amigo Rubalcaba estaba en el Ministerio y, durante los últimos años, ha ejercido como secretario de Estado para el Deporte, a las órdenes, primero, de la exministra de Educación, Mercedes Cabrera, y después, del propio expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

La revista escolar “Soy pilarista”, que llegaron a dirigir en su día los hoy académicos de la Lengua Juan Luis Cebrián y Luis María Anson, guarda en sus hemerotecas verdaderas perlas sobre cada uno de sus antiguos alumnos, a los que solían dedicar una glosa personalizada, como recuerda Lissavetzky, cuando acababan sus estudios en el centro. De Solana, por ejemplo, se dice que “Javier es un muchacho típico del colegio. Jaranero, siempre se supo granjear las simpatías de compañeros y profesores por su nobleza y despierta inteligencia”. De Aznar, por otro lado, se escribió lo siguiente: “Íntimo amigo de Piniés, inventaron juntos un gran sistema de comunicación a distancia y se pasaban las clases de latín contándose sus ‘cosillas’. A sus vastos conocimientos de política unían otros no menos ‘bastos’ de Griego, Latín, Sociología… También le gustaba el teatro, sobre todo el de la ‘Comedia’. Aunque está magníficamente dotado para las Telecomunicaciones, hará Derecho”. Aznar, por cierto, compartió también pupitre, hasta los 14 años, con el diplomático Ramón Gil Casares, al que colocan ahora de embajador en Washington.

Ser pilarista, en definitiva, es ya una marca de pedigrí político y de excelencia en educación que, aún hoy, sigue teniendo su peso en cada Gobierno de España. El colegio de la compañía de María, hoy concertado, sigue teniendo un lugar destacadísimo como cantera de políticos, presidentes y ministros y destaca con nombre propio entre los cerca de 2.600 centros religiosos de nuestro país.

Los Errores de Keynes

Me produce un gran placer prologar este libro de mi colega y discípulo Juan Ramón Rallo, doctor en Economía y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos. Pese a tratarse de una obra dirigida a criticar el texto más importante del keynesianismo, publicado hace ahora 75 años, sus páginas no pueden estar más de actualidad.
Si bien desde los más variados ámbitos académicos se nos anunció que el keynesianismo había muerto con la estanflación de los 70 y con la contrarrevolución monetarista, lo cierto es que ha bastado una crisis medianamente prolongada para que hayan resucitado con rapidez todas las malas ideas y peores recomendaciones que lanzó Keynes en la Teoría general.

Dado que los monetaristas, a pesar de su retórica, comparten muchos de los errores del enfoque agregado de Keynes, no edificaron la refutación de las teorías del inglés sobre sólidos fundamentos científicos, que son justamente los que proporciona la Escuela Austriaca, la ideología keynesiana lo ha tenido muy sencillo para, a las primeras de cambio, resurgir con fuerza y contaminar la mente de todos los políticos y de casi todos los economistas. Y ello a pesar de que la adecuada comprensión de la teoría austriaca del ciclo económico, elaborada especialmente por Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, permitía comprender por qué todos y cada uno de los argumentos que expuso Keynes en su libro eran erróneos: las economías no pueden padecer de una insuficiencia agregada del gasto; el desempleo involuntario es una contradicción en los términos allí donde existe flexibilidad en los precios; el tipo de interés no es un fenómeno monetario, sino la expresión de la preferencia temporal de los agentes; la expansión artificial del crédito generada por la reserva fraccionaria de los bancos no sirve para impulsar la creación de riqueza, sino que genera devastadores ciclos económicos; la salida de las crisis no se logra con más consumo, más gasto público y salarios más inflexibles, sino con más ahorro y unos mercados más libres; el mejor dinero posible no es el dinero fiduciario emitido por unos bancos centrales monopolísticos, sino el patrón oro dentro de un sistema bancario sometido a los principios generales del derecho; las crisis económicas no son momentos de depresión autoalimentados, sino la fase inicial de la recuperación, etc.

Todas estas lecciones esenciales ya se hallaban presentes en los principales tratados monetarios de la Escuela Austriaca, como la Teoría del dinero y el crédito de Mises, Precios y producción de Hayek o mi propio Dinero, crédito bancario y ciclos económicos, y deberían haber bastado por sí solos para frenar la expansión del pensamiento keynesiano. Por desgracia, la inmensa mayoría de los economistas fueron deslumbrados por la rimbombante vacuidad de la Teoría general y la Escuela Austriaca no se preocupó por producir, como sí acaba de hacer ahora Juan Ramón Rallo con su Los errores de la vieja Economía, ningún libro que aplicara su potente arsenal teórico a poner de manifiesto todas y cada una de las equivocaciones de la Teoría general. Es verdad que Hayek estuvo tentado a refutar el último libro del inglés nada más ser publicado, como ya había hecho anteriormente con su anterior obra, el Tratado del dinero, pero desistió del empeño por los continuos vaivenes ideológicos de Keynes. Y también es verdad que Henry Hazlitt, con su Los errores de la nueva Economía, intentó proporcionarnos un libro de este estilo, pero sus resultados no fueron tan devastadores, sistemáticos y generales como los que ahora nos ofrece el profesor Rallo.

Así pues, no puedo más que celebrar este nuevo volumen de la colección Nueva Biblioteca de la Libertad por cuanto contribuye a enterrar definitivamente una de las obras para nuestra desgracia más influyentes del s. XX. En medio de una de las mayores crisis económicas de los últimos tiempos, primero provocada por la expansión crediticia de los bancos centrales y de unos bancos privados que disfrutan del privilegio de la reserva fraccionaria y después agravada por los planes de estímulo deficitario del gasto público, es decir, en medio de una crisis generada y empeorada por el keynesianismo, el libro del profesor Rallo constituye un soplo de aire fresco y una lectura obligatoria para todos aquellos que deseen comprender por qué la Teoría general es una obra plagada de errores que sólo nos conduce hacia el abismo.

La correcta explicación de los auges exuberantes y de las crisis depresivas no la hallaremos en el keynesianismo, una ideología obsesionada con poner el acento en las tendencias descoordinantes de los mercados, sino en el riguroso corpus teórico de la Escuela Austriaca, capaz de explicar cómo la función empresarial tiende de manera continuada a coordinar a los distintos agentes, incluso después de que éstos hayan incurrido en errores generalizados como consecuencia del intervencionismo estatal en la moneda y en la banca. Esperemos que tras la detenida lectura de Los errores de la vieja Economía cada vez sean menos quienes atribuyan al Estado la función de estimular la economía y más quienes pasen a observarlo como uno de los principales obstáculos para el bienestar de nuestras sociedades: no sólo en momentos de prosperidad sino, de manera muy especial, durante los de adversidad y crisis.

El Chofer de Ruiz Mateos: UFFFF

"El jefe me pedía que siguiera al presidente de un banco y que le hiciera fotos con su querida... así me convertía en paparazzi". Son declaraciones del hombre de confianza de Ruiz-Mateos a Crónica del diario El Mundo. Se siente traicionado por el hombre al que ha dedicado su juventud, y por eso responde desvelando algunos de los encargos del empresario. Está enfermo del hígado, atrapado en tres causas judiciales, y hace más de un año que no cobra. Fue despedido sin indemnización, y tampoco cobra el paro porque jamás le dieron de alta en la Seguridad Social.

"Es un auténtico traidor. Es una persona con una imagen católica, apostólica y romana, pero de mentira, porque es capaz de estafar a la propia Iglesia". En 1989, cuenta el suplemento, De la Cruz escribió a Ruiz-Mateos pidiéndole un empleo. Para su sorpresa, el empresario le recibió en persona, pero le dijo que también "tendría que luchar por la causa".

Fue chófer, guardaespaldas, asistente personal, y también mano ejecutora de algunos encargos especiales. "De repente, el jefe te pedía que siguieras al presidente de un banco importante durante todo el día para hacerle fotos con su querida". Luego, relata, "ibas a la oficina del banquero, le dejabas el taco de fotos y ya. Al día siguiente le llamaba el jefe".

Llegó, incluso, a encargarle que robara el botafumeiro de Santiago. "Fue antes de una visita de Felipe González por el Xacobeo. Nos colamos en la catedral y fichamos los movimientos del botafumeiro. Un día, después de la última misa, lo cogimos, pero estaba ardiendo y pesaba una barbaridad... Lo escondimos en un trastero, pero lo detectaron por el humo".

Respecto al robo del expediente de Nueva Rumasa del Supremo, cuenta que introdujeron a una persona el viernes, y le iban guiando desde el exterior con un walkie. "Pero pillaron al tipo, le hicieron seguir el juego y el lunes nos estaban esperando...". Los otros dos implicados fueron a la cárcel, y De la Cruz se libró "por los pelos". Ése encargo fue el que hizo que Ruiz-Mateos se declarase "padre adoptivo" de su chófer.

Dice De la Cruz que no estaba al tanto de que no estaba cotizando en la Seguridad Social. "Nunca pensé eso, porque entrar en Nueva Rumasa era como ser funcionario. Pensaba que me iba a quedar para siempre". El patrón, incluso, le pagaba la letra de un loft en cuya rehabilitación De la Cruz invirtió sus ahorros. Ahora no le paga la letra y se acerca el desahucio.

Dejando de lado los delitos, de la Cruz también fue utilizado por Ruiz-Mateos como firma y testaferro. Hoy, le piden seis años de cárcel por estafa en la compraventa de Garvey, y por la gestión del Rayo Vallecano. "Este hombre te engancha. Tonto no soy, no me pusieron un puñal en el pecho... Yo me divertía con encargos como hacer seguimientos.".

Asumió la responsabilidad de autorizar presuntos impagos a Hacienda. "Durante años, el jefe vivió en una habitación del Hotel Cuzco. La entrada estaba llena de prostitutas africanas. Pues alguna de ellas ha acabado de consejera o administradora de la familia". Es más, en este sentido, asegura que "es un guarrón. Por su habitación pasaban mujeres de todo tipo a consultar, a entretener, pedir favores...".

No Puede haber 10.000 Liberados

Se ha abierto la lata y será complicado que el asunto de los liberados sindicales se detenga. Sin embargo, a día de hoy es prácticamente imposible saber a ciencia cierta cuántos hay en España, ya que los sindicatos no han hecho una apuesta por una "transparencia" que sí exigen al Gobierno.

La CEOE arroja algún dato al respecto, aunque habla de delegados sindicales y no de liberados. En un informe dice que son 290.828 los delegados de personal o representantes de los trabajadores en las empresas, a los que habría que añadir 42.944 delegados de la Administración. Entre todos dedican 60 millones de horas de actividad sindical, horas que, o no se cubren, o tienen que ser hechas por otros compañeros.

Según informa La Razón, las fuentes de las centrales sindicales estiman que existen 8.000 liberados "institucionales", la inmensa mayoría de ellos repartidos entre UGT y CCOO. Además, CSI-CSIF, la central con más fuerza en la Administración, dispondría según esos datos de otros 2.000. En total serían al menos 10.000 los liberados sindicales en España.

Por su parte, la patronal estima igualmente que el coste anual salarial de los 4.127 sindicalistas liberados en el sector privado asciende a 250 millones de euros. Así, extrapolando los datos al resto de liberados que hay en España, el coste para el país sería de al menos 500 millones al año.

El Hombre de Negocios en el S XVI

APROXIMACIÓN A LA FIGURA DEL HOMBRE DE NEGOCIOS
El término "hombre de negocios" parece más adecuado que el de mercader para
referirse a las personas dedicadas al comercio en el siglo XVI, ya que cambio y
comercio son sus dos actividades principales tal como se determina en una carta que
Carlo y Cosimo Martelli envían a Simón Ruíz el 20 de diciembre de 1564: "Abemos
aqua abierto cas con faculta y gobierno por dar recaudo a toda suerte de nagozios
honrados tonto de cambyo que de mercadura". Cambyo y mercadura son, pues, dos
actividades que, aunque diferenciadas en la teoría, se hallan íntimamente ligadas en la
práctica.
Por lo que respecta a la mercatura señalaremos que, obviamente, no todos los
mercaderes comerciaban con los mismos géneros. Según Carande, dentro de la
península Ibérica, los de Burgos, Santa María y Los Castros, por ejemplo, eran
grandes comerciantes de lanas; los de Segovia, interesados en el arte textil,
suministraban materia prima a los tejedores. Sin embargo, no existe una estricta
especialización mercantil. Un mismo mercader igual comerciaba con diamantes que
con sal, solía ser, a la vez, importador y exportador... No sólo eran variadas sus
mercancías, sino también el tipo de asociación que llevaba a cabo con los otros
comerciantes. Se asociaba temporalmente con otros, trabajaba a comisión, nombraba
un representante o comisionado en otra ciudad, a quien enviaba sus mercancías, que
se encargaba de buscar compradores...
A pesar de que la especialización comercial fuera poco estricta, podemos afirma
que es ahora, en el siglo XVI, cuando comienza una división del trabajo, necesaria
debido a la amplitud acrecentada del mercado y del volumen del intercambio (no
olvidemos el incremento demográfico) elementos que para Adam Smith, pondrían en
marcha el comercio y le conferirían sus dimensiones.
Esta especialización establece una jerarquía mercantil. Según Contruri, ya en
1456, existía una gran distancia entre la práctica de la mercatura, el arte mercantil, y
el ejercicio de la mercanzia, la vulgar mercancía. De hacho en cada lengua se han
desarrollado distintos vocablos para diferenciarlas. En Italia negoziante y mercate a
taglio; en Inglaterra merchant, que en los puertos ingleses no se ocupa más que del
comercio a distancia y tradesman; en Alemanis Kaufmann y Kramer... En el nivel
inferior de esta jerarquía encontramos una multitud de buhoneros, tratantes de Pilar Rivero Gracia clio, 31, 2005 [http://clio.rediris.es]
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grano, vendedores de mercancías (travelling market folks), tenderos, revendedores de
chucherías, etc, todos ellos relacionados entre sí siguiendo diversos tipos de
asociación. En palabras de Braudel, "El universo mercantil es todo ese conjunto, con
sus coherencias, sus contradicciones y sus cadenas de dependencias."
Según las actividades del hombre de negocios, podemos establecer esta
clasificación:
1.- Dedicados al comercio a distancia o al "Gran Comercio"
a) Mercaderes-banqueros: Forman la elite, no se puede acceder a esta
categoría hasta no haber acumulado un capital considerable.
b) Mercaderes más modestos: Con la solvencia necesaria para
embarcarse en la aventura del comercio a distancia, pero sin
capital suficiente para convertirse en grandes prestamistas.
2.- Mercaderes de tienda: Aquellos que ofrecen sus productos a los clientes en
establecimientos de venta fijos dentro de la ciudad.
3.- Mercaderes ambulantes: Forman el escalafón más bajo de la jerarquía
mercantil. Son aquellos que yendo cargados con sus mercancías de un
lugar a otro, articulan el comercio a escala regional. Los buhoneros
serían el ejemplo más claro.
Evidentemente, para dedicarse al comercio era necesario adquirir unos
conocimientos previos, mayores según el puesto que se aspirase a ocupar en esa
jerarquía mercantil. Esto lo expresa claramente Fiorauant al decir sobre los hombres
de negocios: "Celuy qu'l'exerce doit estre homine de gentil esprit, bon entendement et
heureuse memoire et scavoir et diverses choses...". Había que adquirir ciertos
conocimientos: establecimientos de precios de compra y venta, cálculo de interés
simple y compuesto, cálculos de precios de costo, correspondencia de pesos y
medidas, manejo de monedas, letras de cambio, pagarés y títulos de crédito, arte de
preparar el balance simulado...
Según Villani, ya desde 1340, en Florencia, una ciudad de alrededor de
100.000 habitantes, de los 8.000 ó 10.000 niños que van a aprender a la escuela
primaria 1.000 ó 2.000 pasan a una escuela superior hecha especialmente para
aprender los mecanismo y la práctica del comercio. Los niños permanecían allí hasta
los 15 años, estudiando aritmética (algorismo) y contabilidad (abbaco). A terminar
esos cursos "técnicos", y eran capaces de llevar libros de contabilidad para Pilar Rivero Gracia clio, 31, 2005 [http://clio.rediris.es]
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registrar operaciones de ventas a crédito, de comisión, de compensaciones de ciudad
a ciudad, de reparto de beneficios entre los participantes de las compañías, etc. Poco a
poco el aprendizaje se perfeccionaba y algunos de ellos entraban a estudiar un nivel
superior la mayoría de éstos iban a la Universidad de Bolonia.
Durante su aprendizaje usaban diversos manuales

Banqueros en Valencia en S XV y XVI

Mercaderes y finanzas en la Europa del siglo XVI: material
teórico para elaborar una unidad didáctica
Pilar Rivero
Dpto. Didáctica de las Lenguas y de
las Ciencias Humanas y Sociales
Universidad de Zaragoza
En el siglo XVI la actividad comercial tradicional se transformó
profundamente. Su organización adquirió una gran variedad de formas, debido al
afán de proteger el capital comercial, de facilitar y conseguir contactos a larga
distancia y de distribuir el riesgo de las operaciones comerciales. Los mercaderes no
actuaban individualmente, sino dentro de grandes redes y sociedades de comercio
que, en ocasiones, llegaban a monopolizar la venta de un producto en un área
determinada. La concentración del capital en manos de los grandes mercaderes
impulsó el desarrollo de un sistema de crédito y pago.
Tal fue la importancia del comercio y las finanzas, que las monarquías
nacionales procuraron fortalecer su poder ejerciendo un creciente control sobre la
economía del estado.
El volumen del comercio aumentó en toda Europa, tanto en la región
mediterránea como en la báltica. No obstante, debido principalmente a los
descubrimientos, al comercio transoceánico y a la creciente importancia en el
comercio internacional de ingleses y holandeses, el "eje económico europeo", es
decir, la "zona fuerte del comercio" se desplazó hacia el oeste, hacia el océano
Atlántico.