viernes, 2 de enero de 2015

Rosa Casafont El Cerebro Emocional


Rosa Casafont

La Dra. Rosa Casafont nació y vivió en Berga hasta que "bajó a Barcelona" para seguir su formación. Quería ser médico y así fue. Acabó medicina en el año 80 y ejerció como médico asistencial al inicio. Posteriormente tuvo la oportunidad de complementar su formación en aspectos de gestión y pasó a dirigir equipos de diferentes disciplinas, dedicados a la prevención, hasta el año 2003.

Desde entonces ha dedicado su tiempo y esfuerzo a su formación sobre lo que para ella representaba y sigue representando un "reto de vida", el campo de las Neurociencias y de la Neurobiología del comportamiento. A medida que su formación como médico se ha ido complementando con esta disciplina, ha reflejado en un método práctico y de fácil comprensión un conocimiento para poner a disposición de profesionales y pacientes nuestra gran capacidad de cambio y aprendizaje, dirigido a obtener una mejor calidad de vida.

Rosa Casafont: “Nuestras emociones siempre marcan nuestras decisiones"

La doctora presentó algunas de las herramientas para cambiar la mente incluidas en su primer libro "Viaje a tu cerebro"

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El poder de la mente y la capacidad para dirigirla en favor de nuestros propios beneficios, hacia un cambio cognitivo, emocional y de comportamiento más saludable centró la conferencia "El arte de transformar tu mente" que la médica experta en neurociencia Rosa Casafont impartió ayer en el Auditorio Municipal Ilduara de Celanova, dentro del Foro La Región organizado con la colaboración de la Mancomunidad Terra de Celanova. "Yo no trato de convencer a nadie, sino de informar y formar a las personas", resaltó Casafont, que basa su experiencia profesional en el Método Thabit que se centra en el autoconocimento estructural, neurobiológico, químico y funcional del cerebro.

Ante un público mayoritariamente femenino, y tras la introducción del doctor Miguel Abad, Casafont explicó de forma sencilla y amena el funcionamiento del cerebro, así como de su capacidad plástica y de las oportunidades que ello plantea en el ser humano. "Tener capacidad plástica es un tesoro, pero es doble tesoro saber dirigirla para lograr simplificar nuestras vidas, ser feliz y procurar estar bien con uno mismo y con quienes nos rodean", apuntaba. El único secreto, desvela, "es ser consciente de que existe. Un pensamiento repetitivo negativo tiene consecuencias desfavorables en nuestras vidas, pero también se da a la inversa. Nuestras emociones siempre marcan nuestras decisiones".

Sobre el escenario del auditorio, Casafont habló de la importancia de la formación y reivindicó la necesidad de difundir ese pensamiento desde las escuelas. "Si tú desconoces el tema, no tienes posibilidad de cambio pero, al menos si lo conoces, puedes desarrollarlo". En este punto, matizó la importancia del sujeto y su libertad de elección. "Yo puedo influir igual que me influyen, pero no tengo la potestad para cambiar a otros, a nadie nos gusta que nos manden. Por contra, una influencia favorable la recibiremos con agrado. Es muy gratificante que la persona dirija su vida y que no dependa de otras para el consejo", reconocía.

Para cambiar, concluía, siempre es buena cualquier edad. Cuando eres un niño en plena formación "pero también cuando somos adultos. Tengo pacientes de todas las edades y, cuando están predispuestos a aprender, lo hacen y obtienen resultados", subrayó. n







ECONOMIA EMOCIONAL DE MOTTERLINI, MATTEO

La neuroeconomía, un campo de investigación en auge, descubre que cuando nos arriesgamos, nos fiamos de los demás, hacemos un negocio o nos juegan una mala pasada, se desencadenan mecanismos neuronales de resultados sorprendentes. Economía emocional nos enseña a identificar las trampas cognitivas en las que corremos el riesgo de caer cada día, sugiriendo las estrategias más adecuadas para defendernos de quien intenta aprovecharse de ellas, y también a tomar mejores decisiones económicas.

Las elecciones económicas no son fáciles. Sucede lo mismo que a Charlie Brown, que se queda confundido cuando ve a una niña pelirroja. Cuando se trata de ahorrar, gastar e invertir, las personas actúan de manera irracional y como fulminantes calculadores de utilidades que pueblan los modelos matemáticos de los libros de economía. Es más, el cerebro tiene un procesador muy lento, poca memoria y más gusanos de los que estamos dispuestos a admitir. Todo ello lo explica el economista Matteo Motterlini en el libro Economía emocional (editorial Paidós), un tratado en el que analiza en qué nos gastamos el dinero y por qué. Y se pregunta si alguna vez nos hemos parado a reflexionar por qué gastamos de distinta manera el dinero del sueldo y el de la paga extraordinaria.
Lo que sucede, según Motterlini, es que tenemos tendencia a desarrollar cuentas mentales separadas, a atribuir a los mismos euros un valor monetario distinto, dependiendo de cómo han entrado en nuestros bolsillos y cómo están a punto de salir de ellos.
Frente a un mismo problema puede suceder que tomemos decisiones diametralmente opuestas, según cómo se represente y cómo se presenta. En otras palabras, ¿por qué preferimos un yogur desnatado al 95% en vez de con el 5% de grasa, o un jersey con el 80% de pura cachemira en vez de con un 20% de mezcla de lana? De manera similar, reaccionamos de distinta manera al riesgo según si éste se presenta con las ganancias en vez de con las pérdidas. En realidad, las segundas molestan más que las primeras que nos llegan a gratificar y con tal de evitarlas hacemos lo imposible.
Los números, dice el autor, no son en absoluto fríos u objetivos para nuestra mente, que muchas veces los tiñe de emociones con resultados tan irracionales como sorprendentes
Dice el autor, que enseña Economía Cognitiva y Filosofía de la Ciencia en la Università Vita-Salute San Raffaele, de Milán, que vivimos en la incertidumbre y en ella tenemos que tomar decisiones cotidianamente, pero no siempre éstas son las más prudentes, ni siquiera cuando adoptamos el papel de un experto promotor financiero o de un médico. Porque la percepción del riesgo es voluble, y el modo en el que se entienden los datos, proporciones, porcentajes y estadísticas es fácilmente influenciable. Los números, prosigue Motterlini, no son en absoluto fríos u objetivos para nuestra mente, que muchas veces los tiñe de emociones con resultados tan irracionales como sorprendentes. Pero lo que más traiciona es la actitud de creer que sabemos cosas que no sabemos, y de atribuirnos competencias y capacidades superiores a aquellas de las que efectivamente disponemos. Es la trampa de la presunción. 'Tropezamos con ella cuando adscribimos la responsabilidad de nuestros fracasos a la mala suerte, pero nos adjudicamos todo el mérito de los éxitos. O bien cuando vemos sólo aquello que queremos ver, aferrándonos a certidumbres y prejuicios cuando éstos contrastan con los hechos'.

Cuando se toma Nocilla y se está a dieta

El proceso a través del cual maduran las elecciones ha sido objeto de investigaciones por parte de psicólogos cognitivos, neurocientíficos y economistas. Y permite entender de qué manera se tiende a ser irracional y por qué razones. Estas investigaciones, en las que se han utilizado instrumentos que permiten monitorizar y visualizar la actividad cerebral, sugieren que las decisiones son producto de una incesante negociación entre procesos automáticos y procesos controlados, entre afectos y conocimiento o entre pasiones y razón.
Los dos procesos, cuenta Matteo Motterlini, pueden estar fácilmente en competencia, como cuando realizamos una elección irracional, cayendo en alguna trampa cognitiva. 'Entonces nos guía ese pequeño homúnculo que se agita y vocifera dentro de nosotros sin dejarnos tranquilidad para reflexionar. Cuando nos zambullimos en un vaso de Nocilla, aun sabiendo que nos convendría respetar la dieta'.
Según el autor, 'empujados por nuestros impulsos viscerales sacrificamos un poco de nuestro futuro por un placer inmediato'. Sin embargo, esto no siempre es un obstáculo para las elecciones. Para tomar una decisión correcta no basta con saber qué se debería hacer, sino que también es preciso que el cuerpo nos lo haga sentir. La conclusión es que los caminos de los circuitos neuronales son infinitos.